De acuerdo a lo narrado por un grupo de vecinos, la gente empezó a llegar ese año a los sectores 4 y 5 de Santo Tomás, entre las calle del mismo nombre, Sofía Eastman, Aníbal Huneeus y Gabriela Figueroa. Anteriormente se ocuparon las casas de los sectores 6 y 7, ubicadas al oriente de Gabriela Figueroa. Entre Santa Rosa y Sofía Eastman, por su parte, se estaban recién construyendo las casas de la que sería llamada Villa Santo Tomás.
Cuando llegaron a la población sólo estaba la plaza y mucha tierra, la barraca, y un teléfono público alejado –“había que ir a llamar a la bomba de bencina del 28 de Santa Rosa y se hacia la tremenda fila”, recuerda la señora Juana, una antigua vecina.
“Las parcelas estaban llenas de árboles, la gente iba a sacar almendras. No se podía entrar porque era del Huneeus, pero los cabros entraban escondidos. En esos tiempo él era Alcalde de acá…”, relata.
Aunque al principio los vecinos sintieron la lejanía con el resto de Santiago y la falta de servicios básicos, así como lo extremadamente reducido de sus nuevos hogares, igual aprendieron a querer la población.
“Me vino a dejar un camión y mis cosas no me cabían por la puerta (…) Yo no me hallaba aquí porque la casa era demasiado chica. Tuve como un mes mis cosas amontonadas, me sentaba afuera y lloraba. No me gustaba porque era muy chico y era muy lejos. Después me acostumbré, cuando empezaron a llegar los vecinos del pasaje Jorge Huneeus y Sofia Eastman”, recuerda la vecina.
También se refieren a una toma de terrenos en la Villa Santo Tomás, “a los que convidábamos agua caliente para que cocinaran”, que, sin embargo, fue desalojada al poco tiempo.
Como el contacto con el municipio era nulo, se vieron obligados a suplir los servicios de forma autónoma. Tuvieron que encontrar un colegio, sin contar con ninguna información de las autoridades comunales.
A esto se sumaba el deficiente servicio de transporte: “Había una micro nomás, la Ovalle Negrete, que hacia un recorrido súper largo”, comenta la señora Juana.
Hoy, los vecinos coinciden en que hubo un cambio importante en la población, relacionado con cierta pérdida de la solidaridad y organización, y que explican por varios motivos: La emigración de vecinos fundadores, cambios generacionales y el individualismo que genera la obsesiva obtención de bienes materiales.
“Antes éramos más unidos. Pa’ la navidad o cualquier fiesta nos juntábamos y nos turnábamos en las casas pa’ tomar once (…) Pero nos fuimos separando, yo creo que porque la gente fue arreglando su casa, teniendo cosas y enclaustrándose en sí mismos”, reflexiona la señora Juana.
Sin embargo, los momentos de solidaridad fueron esenciales: “Acá pa’l fondo había gente pobre, pasado Edwards Bello, y nos organizábamos pa’ darles leche y comida a veces (…) En esa época hacíamos tocatas, cantábamos aquí en la noches, salíamos a las protestas, después hicimos una fiesta cuando ganó el NO”, continúa.
También auto-convocaron voluntarios para una compañía de bomberos, “que ahora es la tremenda compañía”, dice. Sin embargo, reconocen que el abandono municipal se mantiene. “Aparecen sólo pa’ las elecciones”, señala don Juan, otro vecino.
Estas mismas dificultades han generado un sentido de pertenencia al sector. “Yo amo la comuna, me enamoré de La Pintana. En algún minuto me dieron ganas de irme igual, pero a mi me gusta porque es tranquilo. Aquí crecieron mis ojos, aquí construí mi casa”, comenta la señora Luz.
La realidad hoy ha cambiado en algunos aspectos, pero la conciencia que sólo la organización vecinal dará frutos se mantiene: “Santo Tomás es una isla, pero se puede cambiar con educación, centros culturales, juntas de vecinos en coordinación éstos, clubes deportivos. Nosotros debemos aportar con luchar para que esto ocurra tanto en la población como en la municipalidad. Eso nomás”, concluye don Juan.
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